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miércoles, 1 de diciembre de 2010

Participación interesada

Publicado originariamente en Qbinet blog. Diciembre 2010

En el nuevo modelo de sociedad relacional en el que prestamos servicios y fabricamos utilidades, la participación de todos los agentes interactuantes, en la nueva empresa social, a la que tanto nos está costando llegar, es una condición reputacional, que es lo mismo que decir de subsistencia, exigible según los nuevos paradigmas que nos permiten comprender la dinámica empresarial.

Quizá el título resulte confuso para quienes tiendan a quedarse con la segunda interpretación adjetival; cuando mi intención es llamar la atención sobre la primera: el que participa tiene interés en algo; y por algo.

Hoy les resulta difícil a empresas y asociaciones ganarse la participación de trabajadores y asociados, conclusión a la que se llega fácilmente constatando los datos cuantitativos de participación, ante iniciativas y propuestas de diferente cuño.

Antes, internamente hablando, cuando la participación era prácticamente una obligación exigible por parte de los empleadores, a quienes se hurtaban a colaborar ante propuestas institucionales se les hacía vestir el sambenito de ‘pasotas’ incorregibles, desinteresados y faltos de compromiso. Y éstos invariablemente pasaban a engrosar las listas de prescindibles: “No se podía contar con ellos para nada”.

Entonces la participación ‘voluntaria’ se reducía a una cuestión numérica y los esfuerzos de los agentes ‘motivadores’ se dirigían a reducir en lo posible las supuestas barreras que la podían poner freno.

Entre la colección de barreras y medidas a trabajar en aquellos tiempos figuraban algunos pares como: apatía/estimular, escepticismo/convencer, desconfianza/garantizar, burocracia/simplificar, desatención y sorprender, falta de tiempo/priorizar o resistencia a significarse/conferir anonimato; entre otros binomios tácticos. Pero no era cuestión de interesar. El interés para la institución se universalizaba y se daba por supuesto; como el valor.

Pero las cosas han cambiado. Hoy sucede todo lo contrario. Quienes se significan son los que participan. Si antes la gente prefería pasar desapercibida, hoy las personas nos sentimos con derecho a opinar y demandamos ser escuchados. Fuera y dentro de las empresas. Hoy el valor predominante no es el conformismo ni el mutismo, como tampoco el sentido de la vida se orienta hacia un ‘valle de lágrimas’.

Hoy las personas queremos y demandamos participar. Ya no es como cuando se quejaban el 4% de los clientes insatisfechos. Hoy, quejas y bondades se viralizan, traspasan fronteras. Ya no se trata de una voz en el desierto; hoy nuestra voz se amplifica a causa de la gran transformación que ha ocasionado Internet y, en especial, las redes sociales.

La participación de los trabajadores en la empresa hoy ya no es una herramienta de gestión más, dirigida a motivar e involucrar al personal en los objetivos del negocio, como pretendieran las viejas empresas jerarquizadas y de corte paternalista.

Las personas deseamos participar en la construcción social –ahora podemos-, pero no cuando alguien decide invitarnos, sino cuando lo encontramos interesante, cuando de nuestras contribuciones y manifestaciones obtenemos un valor y percibimos que es así. Participamos básicamente por dos razones, quizá tres: (1) porque podemos capitalizar nuestro esfuerzo; (2) porque tenemos una vía que nos permite satisfacer y dar expresión a nuestro ser social; (3) y tal vez también, porque para algunos participar sea una forma de entender la vida, un estilo de estar en el mundo, un gesto de inconformismo para hacerlo más habitable y mejor. De ahí que la clave para conseguir participación sea interesar.

Y no sucede cuestión diferente en las empresas: los trabajadores también nos sentimos con derecho a participar en la construcción de nuestro lugar de trabajo y en muchos de los atributos y connotaciones de nuestras empresas. Demandamos voz y voto.

La participación resulta, entonces, interesada y si no somos capaces de conectar los propósitos de las empresas con los intereses -declarados o no- por las audiencias internas, entonces la participación no se producirá o alcanzará tales cotas de silencio que pondrá en evidencia la desconexión existente entre institución y trabajadores; privando a los gestores del necesario conocimiento para mejor gestionar.

Una gestión que no resulta barata, pues los trabajadores queremos capitalizar nuestras contribuciones en términos de reconocimiento, reputación profesional, valoración de méritos, afecto social, respeto, consideración y también -¿por qué no?- recompensa proporcional y distributiva. Que realmente se nos distinga contando con nosotros.

Todas las empresas pueden afrontar este precio, pero quizá muchas necesiten primero reestructurarse y redefinirse para poderse orientar hacia una cultura participativa de facto que revierta su precariedad en sostenibilidad.

© Javier Villalba | http://jvillalba.wordpress.com/

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