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martes, 24 de mayo de 2011

Candidatos empáticos


Publicado originariamente en Monster blog de empleo. Mayo 2011.

El objetivo de todo postulante a un puesto de trabajo es conseguir una entrevista.


En dicha situación es razonable pensar que el candidato se pregunte qué estará pensando el entrevistador, qué impresión le estaré causando, en definitiva, qué pasa por su cabeza, cómo me estará evaluando.


Requerimientos explícitos y tácitos

Por otra parte, los entrevistadores principales que están al frente de un proceso se encuentran ocupados en resolver su principal dilema: ¿darán con el candidato idóneo? Muchas veces el arte del entrevistador consiste en recibir candidatos y candidatos y candidatos… en espera de encontrar el que conviene a sus propósitos, cuya expresión más formal se encuentra en la lista de requerimientos. Pero también hay que saber que hay dos tipos de requerimientos: los explícitos, que suelen ser los más objetivos y, de alguna manera medibles, y los tácitos, más evanescentes, un tanto intangibles o presumibles, difícilmente mensurables.

Pero aún, entre las exigencias tácitas, las hay de dos clases: las anteriores, que son reconocibles y verbalizables; y puede haberlas irreconocibles, que están escondidas o, si se quiere, en el inconsciente, y que se ligan con la intuición mediante impresiones de aceptación o rechazo de determinadas personalidades que se tiene en frente.


Un rasgo del entrevistador profesional es que sus tácitos suelen ser, en su mayoría, reconocibles. Un entrevistador profesional tiene que conocerse muy bien a sí mismo y saber discriminar entre lo suyo -que es de él y no debe proyectar en el otro-, y lo ajeno, que se manifiesta mediante indicios verificables.

Dar certidumbre

Todo entrevistador busca estar seguro para tomar una decisión, ya sea para seleccionar una terna o para contratar un candidato; luego los entrevistadores en los procesos de selección tienen que luchar contra la incertidumbre. Y no hay mejor manera que buscar la certeza, cuestión realmente difícil cuando no hay apoyo para ello.

De ahí, que la mejor estrategia para un candidato sea ayudar al entrevistador aportándole realidades.

Para toda entrevista hay dos consignas previas: la primera ser uno mismo, comportarse de manera natural y correcta; la segunda, ser inteligente.

Ni hay que dejarse intimidar, ni se puede uno permitir que la ansiedad o los nervios echen a perder una buena impresión, ni hay que dar prueba alguna de que uno tiene una pobre impresión de si mismo; pero tampoco hay que hacer lo contrario.

Y aún cabe una tercera recomendación: hay que tener una actitud de escucha activa, que es la mejor táctica para aprovechar la información del momento a favor de uno mismo.

Me parece importante insistir: si es usted un candidato en proceso de entrevista, abra bien los ojos y estudie a su interlocutor; obtendrá una fuente de información valiosísima para dirigir su comportamiento y sus respuestas.

Interesa interesarse

No hay diferencia alguna entre la realidad y una entrevista, sea ésta de la clase que sea, pues se trata de un acontecimiento más de la vida cotidiana. Si uno no sabe desenvolverse con naturalidad en una entrevista de selección, ¿cómo se comportará en sus relaciones profesionales; qué dinámica tendrá en el trabajo?

Un proceso de entrevista es una relación asimétrica, en desigualdad, con un reparto del poder desequilibrado –al igual que en otras muchas situaciones de la vida-, en el que se reproduce una situación de diálogo forzado: uno tiene el papel de preguntar; el otro la obligación de responder. Pero también, al tratarse de una situación social se pueden aprovechar las respuestas para, a su vez, preguntar; como es lógico nunca de manera inquisitiva.

Un candidato que transforma lo que podría ser un interrogatorio en una conversación fluida tiene más oportunidades. Interesa interesarse, preguntar, dar muestras de estar informado. Y por supuesto ser competente para el puesto que se pretende.

Convertir lo dicho en certeza

¿Cuáles son las mejores respuestas? Las que responden directamente a la pregunta formulada y además ofrecen realidades, hechos que acreditan la palabra, ejemplos de lo que uno ha hecho, sabe hacer y es capaz de realizar.

Una entrevista tiene que prepararse y el enfoque que se adopte será definitivo para trasladar seguridad o generar dudas en el entrevistador. El candidato tiene que tener clara su propuesta de valor, sus capacidades, sus méritos, sus logros… y ha de hacerse con un conjunto de hechos a referenciar y testimonios que respalden sus palabras.

Merece la pena hacer balance y acopio de hechos reales, documentos y buenas referencias que permitan convertir lo dicho en certeza. Luego, en la entrevista, y según se conduzca, podrá echarse o no, en mayor o en menor medida, mano de ello.

Un entrevistador no está solo interesado en conocer una sucesión de etapas de la vida del candidato, lo más relevante para él es tener la certidumbre de que tiene delante un profesional sólido, tenaz, autoexigente, trabajador, responsable, con iniciativa, sin miedos, creativo, con recursos, capaz, competente, creíble, tratable, cordial, adaptable, inteligente, capaz de trabajar en equipo e, incluso –y si se requiere-, con liderazgo y talante negociador. Y, además, que cumpla con el perfil competencial específico exigido.

Conviene pensar que una entrevista de selección no se da por terminada, aún transcurrido un tiempo, hasta recibir el veredicto.

Al final todo suma o todo resta, preste atención a los detalles, nunca deje de preguntar lo que necesite saber y muéstrese tan correcto como le gustaría que se comportasen con usted. Ponga atención a los contactos posteriores, podrían producirse y por diferentes canales. Hasta el veredicto final, usted sigue en proceso de selección.

© Javier Villalba | http://jvillalba.wordpress.com/


Para empezar, no por el hecho de adoptar el papel de entrevistador a dicha persona hay que concederle de entrada, y sin más, que es competente para desarrollar dicho papel. De hecho, en numerosas ocasiones dirigen la entrevista personas que no están preparadas para entrevistar.

domingo, 15 de mayo de 2011

¿Ejemplares directivos o directivos ejemplares?

Publicado originariamente en dir&ge. Network Directivos & Gerentes. Mayo 2011.

Ya afirmé en otra nota anterior que el desconocimiento del trabajo de los colaboradores es un signo inequívoco de incompetencia directiva. Añado ahora que la incompetencia directiva es la principal causa de desvinculación en las organizaciones.

Viene esto a colación del último post publicado por Experteer en el que refiere los resultados de un sondeo, según el cual, lo que los trabajadores valoramos más son “el buen ambiente y el compañerismo”.

La vinculación refiere un sentimiento de integración y pertenencia, mediante el cual el individuo se siente parte de un grupo con el que comparte intereses convergentes, en el objeto del mismo, aunque los motivos varíen. Uno de los elementos fundamentales del grupo es su cohesión. Cuando los individuos compartimos dicho sentimiento de pertenencia, puede decirse que hay una fuerza centrípeta que nos vincula con la dinámica del grupo del que nos sentimos parte.

En el grupo humano que toda empresa conforma, los cabecillas vienen representados por el equipo de mandos y directivos, que se convierten en el foco de la población que dirigen. Esto significa dos cosas: la primera que nada que ellos hagan o digan pasa inadvertido; la segunda que, a su pesar o no, son los principales elementos referenciales que diseñan, consciente o inconscientemente, la dinámica de dicho grupo.

La discusión aquí puede ampliarse todo lo que se quiera, desde el análisis de las consecuencias, en el grupo, de las relaciones y grado de cohesión o desagregación de la casta de cabecillas, hasta cómo influye el estilo de cada uno de ellos en la pandilla que comanda o, incluso, qué marco relacional se establece entre las pandillas de la misma tribu sujetas a diferentes estilos de mando.

Pero ahora lo que quiero destacar es la influencia perniciosa de algunos comandantes incompetentes en trato humano.
Por lo general, cuando un colaborador reporta una incidencia o informa sobre un problema o anticipa una situación, que pronostica disconforme con un procedimiento, puede que directivos juniors o que jefes prepotentes o que dirigentes amargados, o fracasados, o en la cuerda floja, o que mandos intermedios centrados en tareas y resultados, o que managers democionados, ‘perros de paja’ que han venido perdiendo privilegios y prebendas, o que mandos sin mando, ‘correos del Zar’ incapaces de tomar decisiones, presionados a su vez por dirigentes del corte anterior, tiendan a responsabilizar de dichas situaciones a los mismos trabajadores que las sufren.

Si se lo piensan un minuto, las más de las veces los incidentes indeseados se producen por una sucesión de hechos, muchos de los cuales son ajenos (o externos) a quienes finalmente les explota entre las manos. Reconozcámoslo, los humanos tenemos una desarrollada habilidad para ir echando balones de uno a otro, y a otro, incluso fuera; o si lo prefieren, hay una clase de profesionales que hace gala de una pasmosa habilidad para pasarles ‘bolitas rojas’1 a otros, hasta que con esa materia prima ya no se pueden producir artículos de calidad.

Si analizan la situación, tendrán que reconocer –las más de las veces- que el hecho causado excede la capacidad de control de un trabajador dado. O bien porque no tiene conferida autoridad para resolverlo (quitarse pelotitas rojas) o porque tiene limitada su capacidad de actuación (elegir las pelotitas blancas que necesita para producir con calidad) o porque no tiene la información que necesita (trabaja a ciegas, a bulto) o porque tiene orden de aguardar el OK de un superior (pelotitas conformes y disconformes) o, sencillamente, porque no dispone de los elementos necesarios (su propia raqueta y su propio saco de materia prima) para proveerse él mismo de inputs o tratar por sí mismo todas aquellas operaciones que se salgan de lo establecido.

¿No creen que la maquinaria del reloj ejemplifica de alguna manera un mecanismo de sincronización para medir el tiempo y dar la hora? Eso sí, salvo que en este siglo pretendamos medir el tiempo con un palo enhiesto sobre el suelo; con todo y con eso necesitaremos el palo, estar orientados, encontrarnos en horario diurno, a pesar de ello, tener alguna luz solar, ausencia de nubes, que no sobrevenga un eclipse…

No obstante, aquellos iletrados dirigentes a los que antes me referí tienen un común denominador: se caracterizan porque tienden a minusvalorar, cuando no a despreciar, los esfuerzos previos que los trabajadores han realizado para gestionar tales incidentes, rebasando, incluso en ocasiones, el techo de la competencia que tienen conferida y hasta donde han sido capaces.

No me digan que no les viene algún ejemplo a la mente.

Las sentencias sumarísimas que algunos que dirigen se permiten son rayanas con la vejación profesional.

El resultado más inmediato de tales prácticas directivescas es –primero- el desconcierto, acto seguido la indignación del sujeto del oprobio y, en tercer lugar, el sentimiento de indefensión; porque -admitámoslo- el trabajador tiene siempre las de perder, con o sin razón, mientras que el estilo dirigentucho se caracterice por el acatamiento de las dos principales máximas: la unidad de clase (coraza distinta al principio de unidad de mando) y el primer mandamiento de los mandos trasnochados: Yo siempre tengo razón.

¿No conocen algún caso? Un mandamiento que se enuncia haciendo preceder el pronombre personal, sucedido del adverbio temporal; indicios, ambos, de identidades inconsistentes que requieren hacer audibles la muletilla ‘yoica’2 (para afirmarse) y la apostilla posesiva (para disimular su falibilidad).

Estos jefes son dañinos, tóxicos, e introducen mucha inquina en las organizaciones; lesionan emociones y erosionan personalidades.

Hacen daño porque se lo hacen a las personas sobre las que la organización descansa; debilitándolas tendrán menos fuerza para sujetarla y hasta podrá llegar a tambalearse. Créanme, si socavan los cimientos, el edificio se terminará derrumbando.

En fin, a esa colección de personalidades acomplejadas y débiles que buscan afirmarse con demostraciones de poder –vengan o no a cuento-, ante quienes por escalafón tienen que acatar sus malos dictados, es a las que me vengo refiriendo.

Y hago un inciso, porque no siendo ésta la única causa, estos ejemplares adoptan la táctica defensiva del acoso psicológico (mobbing) con quienes sus propios fantasmas les hacen ver como amenazas y pueden terminar quemando (burn-out) a algunos trabajadores.

Un colaborador necesita, en primer lugar, respeto; en segundo lugar, sentir que se confía en él; finalmente, respaldo.

Si su gente no merece ser respaldada, entonces le ha pillado el toro, lo ha hecho muy mal: usted no ha sabido crear un equipo; debió resolverlo antes. Saberse rodear de buenos colaboradores y ayudarles a crecer es la mejor estrategia que un dirigente de personas tiene que aprender lo antes posible, incluso antes de ser jefe; siendo persona.

Dirigir sin informarse con suficiencia, reprochar sin pruebas, basarse en fundamentos circunstanciales o aparentes, menospreciar el interés de las personas por triunfar en su trabajo, por hacerlo bien o muy bien, no considerar variables intervinientes, reducir las concausas a una única, hacer sujeto de la disconformidad al actuante sin más, denota -más cuanto más compleja sea la actividad de que se trata- una absoluta incompetencia para el ejercicio del mando, además de una soberbia mayúscula, una falta de sensibilidad con las personas y una ignorancia extrema, perdurable y persistente que producirá pérdidas irreparables.

Pérdidas que tienen un nombre: desvinculación. La desvinculación de las personas.

No en vano directivos y mandos representan a la organización, la simbolizan, son su expresión corpórea, y por ello, son los principales referentes, los modelos de actuación, los generadores de la praxis, que podrá o no oponerse a 
la teoría; es decir, a palabras y discursos.

¿Qué aprendizajes son urgentes para la vinculación?

Los agruparé en diez y los resumiré en cuatro palabras: respetar para ser respetado. Sin ser respetado no se puede dirigir ni es posible contribuir a crear empresa.

1. Aprender a informarse y escuchar, aprender a preguntar, aprender a transformar las preguntas en un diálogo fluido, aprender a consensuar.
2. Aprender a valorar a los interlocutores, aprender a comunicarse con claridad, aprender a informar oportuna y suficientemente, aprender a respetar para ser respetado.
3. Aprender a omitir juicios de valor sobre las personas, aprender a ser neutral, aprender a observar y a basarse en hechos objetivos.
4. Aprender a reconocer las diferencias entre las personas, aprender de ellas y con ellas, aprender a identificar sus fortalezas y aprender a saber cómo aprovecharlas.
5. Aprender a interesarse por el trabajo y por el día a día de los colaboradores, aprender a reconocer sus facilidades y las dificultades que sortean a diario, aprender a conocer sus necesidades y expectativas.
6. Aprender a invertir la pirámide, aprender a ponerse al servicio del equipo, aprender cómo se puede facilitar el trabajo de los demás, aprender a ser realmente útil, intra e interdepartamentalmente hablando.
7. Aprender a incluir en los propios objetivos la ayuda efectiva a otros, aprender a coordinar actividades, aprender a integrar las diferentes actividades en una misión única.
8. Aprender a incluir el plural mayestático en el vocabulario de empresa, aprender a optimizar el conjunto, no las partes.
9. Aprender a construir los propios argumentos, aprender a probar nuevas formas de mejorar lo que está bien, aprender a buscar ayuda y a ser agradecido.
10. Aprender a dar ejemplo, aprender a autorregularse, aprender a auto administrarse, aprender a ser el primero sin tener que decirlo.

© Javier Villalba | http://jvillalba.wordpress.com/
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1. The Red Bead Experiment (La parábola de las bolitas rojas) Part 1 | Part 2 | Part 3 | Part 4 | Part 5 | Part 6
2. Se refiere a la primera instancia de la segunda tópica freudiana: el yo (Primera tópica: inconsciente, preconsciente y consciente. Segunda tópica: yo, ello y superyó)
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domingo, 1 de mayo de 2011

Dirigir para vincular

Publicado originariamente en Qbinet blog. Mayo 2011.

Mantengo la hipótesis de que de todos los stakeholders el principal es el de los trabajadores, con independencia de rango, adscripción y ubicación.

Sin embargo, las empresas viven de muros –digo bien, muros- para afuera. Visten sus mejores galas en el exterior, maquillan toda su artillería promocional, engalanan discursos públicos e invierten dinero pretendiendo que nos creamos que todos sus esfuerzos se dirigen a incluirnos a los clientes en su cadena de valor. ¿Pero lo consiguen?

A primeros de mayo nos enteramos que se había producido el “Récord de portabilidad móvil con el cambio de operador de 526.500 usuarios”; antes, en abril, supimos que “Telefónica perdía clientes de ADSL por primera vez en su historia… 23.108 menos que en el mes de enero”.

Como ustedes muy bien saben, este par de ejemplos ni es el único ni es privativo del sector de las telecomunicaciones. Las pérdidas y la rotación continua de clientes son el caballo de batalla que afecta a organizaciones públicas y privadas. ¿Saben cuántas personas han cambiado de médico en la CAM en los últimos siete meses? “Un total de 306.462 personas han cambiado de médico, pediatra o enfermera”. En fin, no voy a abusar de su tiempo citando ejemplos que seguro también conocen.

No todos los que formamos parte de una empresa tenemos las mismas responsabilidades. Tal perogrullada justifica numerosas diferencias de trato y compensación, sin embargo a la hora de arrimar el hombro se nos olvida dicho argumento.

Admitidas las diferencias, cuyo principal reflejo se manifiesta en el reparto de responsabilidades e ingresos, si la empresa tiene pérdidas, ¿de quién o de quiénes será la responsabilidad? Pero ¿quiénes lo suelen pagar? Y si la ‘cosa’ no funciona ¿a quién o a quiénes habrá que pedir explicaciones? Pero si de recortar se trata, ¿por dónde empezar? Y si se demuestra que las decisiones no fueron las acertadas, ¿quién o quiénes son responsables en primer lugar?

Según lo veo, managers y directivos son los principales responsables del acontecer en las organizaciones, de lo bueno y de lo malo. No en vano son quienes toman las decisiones y quienes dirigen el acontecer. Son quienes crean la realidad de la empresa y por lo general, nos guste o no, personas y equipos actúan orientándose en la dirección que cada directivo les marca. Son, por tanto, modelos sujetos a observación continua cuyo mayor logro es vincular a los trabajadores y cuyo más rotundo fracaso es destruir lealtades.

Pero las observaciones, las fuentes de información, testimonios y experiencias demuestran más veces de las que quisiéramos que, por lo general, las empresas cuidan poco o muy poco a sus trabajadores.

La historia de lo que antes llamábamos los recursos humanos demuestra dicha afirmación. Cada avance en materia de –fíjense lo que digo- bienestar social ha encontrado un único cauce de progreso: el argumento de la productividad traducida en beneficios.

No hay, entonces, un verdadero interés y reconocimiento por el factor humano; hay un interés subsidiario.

Pero es que personas y sociedad hemos cambiado –lo sabemos-. Soy de los que creo que para que hoy una empresa pueda ser la primera o logre estar en el grupo de cabeza ha de saber poner en el centro de su estrategia a las personas que le dan vida. Si tuviera que fijar el porcentaje, diría que el 95% de los problemas de las empresas tienen su causa en la mala comunicación.

Saber poner a la comunicación al servicio de la gestión es una responsabilidad irrenunciable de mandos y directivos. Hoy ya no nos vale con poner el foco en la productividad, es obligado trasladarlo a la lealtad, lo que requiere ejercer influencia positiva, dar ejemplo. No tengo duda de que dirigir para vincular es la única estrategia que hoy puede darnos frutos rentables y duraderos. En materia de sostenibilidad los auténticos protagonistas son los que tienen la última palabra: los trabajadores comprometidos.

“(…) podemos afirmar que el manager directo tiene en su mano la clave para crear una relación de confianza entre los trabajadores y la empresa, contribuyendo con ello a aumentar su nivel de compromiso con su trabajo.” Encuesta Internacional BPI group 2011.

Si pensamos –como pone de manifiesto la encuesta citada- que “Los retos de gestión y el desarrollo de personas no están considerados como retos prioritarios para el futuro”, entonces no les quepa duda de que no tenemos futuro.

Francamente, creo que ha llegado el momento de cambiar de perspectiva. Invirtiendo dentro, ganaremos fuera.

© Javier Villalba | http://jvillalba.wordpress.com/